Provincia de Misiones, Argentina
La “conciencia social” sobre los temas medioambientales –acompañada del conocimiento científico en la materia- ha ido en aumento durante, al menos, el último medio siglo. Episodios de contaminación del aire como el ocurrido en 1948 en la ciudad de Donora, Pensilvania (EEUU), donde 20 personas fallecieron y más de 6000 enfermedades fueron atribuidas a la contaminación o, peor, el ocurrido en Londres en 1952, donde una semana de niebla intensa y humo provocaron cerca de 4000 muertes «sonaron» como una fuerte alarma de alerta para la humanidad. Otros casos paradigma de los problemas medioambientales fueron, por ejemplo, el incendio del río Cuyahoga, un incidente que sucedió en Cleveland, Ohio (EEUU) el 22 de junio de 1969, cuando chispas caídas desde la línea de un ferrocarril encendieron los desechos de hidrocarburos que flotaban en la superficie del río. Las llamas alcanzaban los cinco pisos de altura mientras el rio estuvo en llamas durante unos 30 minutos. No obstante, este caso, el rio Cuyahoga se había incendiado una docena de veces anteriormente entre el final del siglo XIX y mediados del siglo XX. Podríamos seguir mencionando: derrames de buques petroleros en el mar; la contaminación por metales pesados y otros químicos. En especial, destaca por su gravedad, el episodio de contaminación por mercurio ocurrido a fines de la década de 1950 en Minamata, Japón. Se atribuye a este episodio más de 100 muertes y miles personas con síntomas producto del consumo de peces contaminados con alta carga de mercurio. Las personas expuestas desde el momento de su concepción a la contaminación presentaron graves e irreversibles problemas al nacer. Los que sobrevivieron sufrieron: microcefalia, parálisis cerebral, retraso mental, problemas de audición y visión, alteración de la deglución, de la sensibilidad y parálisis de los miembros (IPEN, Número Once). En este caso, la complicidad del gobierno local con la empresa contaminante derivó en mayores daños sociales, ambientales y, luego, económicos. En 1973, el alcalde, justificó indirectamente la contaminación sosteniendo qué “lo que es bueno para la Chisso (la empresa contaminante) es bueno para Minamata”. Todos estos episodios derivaron en la creación de normativas ambientales que surgieron en los países industrializados y luego fueron permeando hacia todo el mundo. En este contexto histórico, sumado a la realidad local, el 21 de diciembre de 1984 se creó, en la provincia de Misiones, el Ministerio de Ecología y Recursos Naturales. El principal objetivo de este Ministerio es ser autoridad de aplicación de las leyes ambientales, trabajar sobre el sistema de bosques nativos, áreas protegidas, reservas naturales y la biodiversidad, como también concientizar activamente a la población sobre temáticas ambientales.
Gran parte de los misioneros adhieren a la “conciencia social” sobre los temas medioambientales que se ha generado a través de los años y se ha institucionalizado en el Ministerio de Ecología y Recursos Naturales y en las distintas normativas ambientales. Sin embargo, en la aceleración de la vida cotidiana nos hemos preguntado ¿por qué valoramos la naturaleza? ¿por qué conservar las especies y el patrimonio natural? Y en ese caso ¿cómo compatibilizar, si es posible, esta valoración de la naturaleza con las necesidades de desarrollo económico actuales?
Recordando el comentario inicial sobre las problemáticas ambientales históricas, son pertinentes las palabras del Papa Pablo VI en una encíclica de 1971 donde dice que: “debido a una explotación incontrolada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación” (LS, #4). En estas palabras encontramos un indicio de la respuesta a algunas de las preguntas que disparan este desarrollo. En base a las experiencias previas -algunas mencionadas en el apartado histórico inicial- y el razonamiento lógico es posible deducir la interdependencia existente entre las diferentes “partes” que conforman el todo que llamamos naturaleza. Como seres humanos, nos encontramos inmersos en ella y dependemos de ella para nuestra subsistencia: para que el aire y el agua se purifiquen, para producir alimentos y nuevos medicamentos, entre muchos otros servicios que nos brindan los sistemas naturales.
Sin embargo, al profundizar más en la respuesta a estas preguntas, podemos notar que en la cosmovisión cristiana (y judía) la naturaleza tiene un valor intrínseco (recordar en los relatos del génesis la sentencia que se agrega: “Y vio Dios que todo esto era bueno”). Si nos detenemos a pensar, la mayoría de quienes desean proteger la naturaleza y la biodiversidad seguramente comparten esta percepción, aunque no compartan la fe. El árbol no tiene valor solamente porque nos da madera, sino que, cuando vemos un árbol milenario somos capaces de asombrarnos y valorarlo por lo que es. Cuando pensamos en conservar especies como el Yaguareté, no pensamos simplemente en el rol que ocupa en la cadena trófica, sino que nos asombramos ante el mayor felino de américa. Entender esto nos permite justificar las decisiones de conservación que tomamos, aunque puedan, eventualmente, contrariar intereses económicos momentáneos. En este sentido san Juan Pablo II advirtió que “el ser humano parece no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y de consumo” (LS, #5). No debemos caer en el error de querer justificar la conservación del medio ambiente y las especies biológicas solamente por lo que podemos obtener de ellos. Esto no significa que dejemos de tener en cuenta estos aspectos, es importante recordar y profundizar el estudio y el rol que ocupan cada una de las especies en la naturaleza y los verdaderos servicios que nos brindan los sistemas naturales, llamados servicios ecosistémicos.
Retomando el caso local, cabe mencionar lo que dice el Gran Atlas de Misiones (2015): “las primeras reservas forestales de la actual Provincia se crearon cuando ésta era aún Territorio Nacional de la República Argentina, con el objetivo de preservar extensas superficies de bosques para un futuro uso maderero.” Es decir, en ese momento aún no se tenían en cuenta los profundos criterios de valoración que mencionamos anteriormente, sino que se preservaba con la finalidad última de la explotación. Es por ello por lo que muchas de las primeras áreas protegidas tampoco consideraban el impacto ecológico, sino que se basaban en conservar por el valor paisajístico o turístico del lugar. Repitamos lo mencionado anteriormente: no debemos caer en el error de querer justificar la conservación del medio ambiente y las especies biológicas solamente por lo que podemos obtener de ellos.
Habiendo sondeado “por qué” queremos conservar la naturaleza, los paisajes y la biodiversidad cabe preguntarse sobre el “cómo”. Claramente, esta respuesta es sumamente compleja y no se conoce a la perfección, sino que se está construyendo en el tiempo presente. Sin embargo, hay mucho que hemos aprendido, sobre todo de los de errores previos y fundamentalmente del estudio sistemático y científico de la naturaleza. El desafío de la actualidad consiste en implementar lo que llamamos un desarrollo sostenible: una “forma de desarrollo capaz de satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades. El concepto abarca el desarrollo económico y social y la protección del medio ambiente como dimensiones interdependientes que deben equilibrarse y reforzarse mutuamente”.
Ahora bien, esto una definición, su aplicación práctica dependerá de las circunstancias locales y de las herramientas disponibles, pero requiere que cada uno desde su lugar trabaje activamente para la concreción de este fin con la conciencia del lugar en el que habita.
La provincia de Misiones, con una superficie menor al 1% de la superficie total de todo el territorio nacional alberga más del 50% de la biodiversidad del país. La Selva Misionera conforma un área endémica neotropical, un espacio muy particular donde viven especies de anímales y vegetales que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo, y, por tanto, de alta diversidad en el ámbito global. En el país, la Selva Misionera y las Yungas son las dos únicas áreas selváticas, y, aunque ocupan una reducida fracción del territorio nacional, ambas concentran gran parte de la biodiversidad autóctona (GAM, 2015). La Selva Misionera forma parte de una región más extensa denominada Mata Atlántica que se encuentra gravemente afectada y la provincia conserva el mayor de los remanentes de esta selva. Se considera que alrededor del 40% de la selva original de la provincia de Misiones aún se conserva.
En base a esta reflexión y la información sobre la realidad regional invitamos a tomar conciencia sobre el valor de nuestro entorno, de la gran biodiversidad que nos rodea, mirándola como un bien común al que todos estamos llamados a promover. Tratemos de conocerla y aportar al desarrollo sostenible de la provincia.
Referencias
Textos
-IPEC: Gobierno de la Provincia de Misiones (2015). Gran Atlas de Misiones.
-McNeill R. (2003). Algo Nuevo Bajo el Sol: Historia Medioambiental del Siglo XX.
-P. Francisco (2015). Carta Encíclica LAUDATO SI: Sobre el cuidado de la casa común.
Páginas web
-Consejo de Defensa de los Recursos Naturales: www.nrdc.org.
-Fundación “WeAreWater”: www.wearewater.org.
Autor
Rodrigo Schöninger
Ingeniero Ambiental
Deja un comentario